sábado, 20 de junio de 2015

Mi vida os pertenece

Prólogo

Esperando y esperando llegó el día que menos esperábamos. Durante los dos primeros meses casi era invisible para los ojos de aquellas personas ajenas a nuestras vidas ya que los vómitos, los dolores, el asco hacia las comidas... solo lo vivíamos mi marido y yo en casa. Él, cada vez que me encontraba mal, arrodillada ante el inodoro, estaba ahí para coger mi melena rubia y después para decirme “cariño no te preocupes que esto es normal, después de todo esto ya sabes que tendrás y tendremos una magnífica recompensa”.
Ahora, después de esos dos primeros meses cada vez que entramos a comprar a una tienda o simplemente a una cafetería, la gente se queda mirando mi barriguita y nos sonríen a los dos, las más lanzadas, en cambio, se acerca a nosotros y nos preguntan que de cuánto estoy, cómo me encuentro y la pregunta más común: ¿sabéis ya si es niño o niña?
El 20 de enero, hacía los cinco meses y nada mejor para celebrarlo que saber el sexo del bebé que llevaba dentro. Cuando mi médico me puso esa extraña gelatina con espesor en la barriga, al hacer contacto con mi piel hizo que me estremeciera pero ya no podía soportarlo más y ordené al doctor que por favor nos dijera ya qué era nuestro bebé. En las revisiones anteriores no habíamos querido ver la pantalla donde sale la bolsa amniótica y el feto para que nos diera más ilusión el día de hoy. Entonces, el médico nos dijo “a ustedes, no les importa comprar para dos niñas diferentes ¿no?” ante la sorpresa no sabíamos que contestar pues esa opción no nos parecía posible aunque no se podía descartar ya que nunca habíamos mirado la pantalla donde se ve el bebe entonces mi marido me soltó la mano, nos abrazamos y besamos.
Los meses siguientes todo era en relación a nuestras pequeñitas pero revoltosas Marta y Carla. No paraban de meterme pataditas en mi gigantesca barriga. Lo que más nos gustaba a mi marido Ángel y a mí eran las noches que me salían pequeños bultitos en la barriga significando que ahí estaba alguna parte de sus pequeños cuerpecitos ya casi formados.
Los dos últimos meses no podía más, notaba que iba a explotar de un momento a otro. Ángel no se separaba de mí ni un instante.
El 11 de mayo cuando me levanté por la mañana ya no podía más, sentía que hoy iba a ser el último día de tenerlos en mi vientre. No me equivocaba, empecé a tener contracciones sobre las cuatro de la madrugada, salimos para el hospital lo más rápido posible, cada vez las contracciones eran mayores y cuando estábamos en la sala de espera, rompí aguas. Todo fue muy rápido y doloroso, claro, todo lo rápido que puede ser un parto.

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