sábado, 11 de julio de 2015
Mi vida os pertenece
Hoy es el cumpleaños de mi madre y como todos los años, lo
celebramos con toda la familia en la casa de campo que nos dejó heredada mi
abuela, aquella pobre mujer era un cielo.
Los años anteriores no tenía que ir cargada como voy hoy. Que
si los pañales, las toallitas, las mantitas, los juguetes, ropa de cambio, la
comida… mientras que antes con esta última me bastaba, bueno y por no hablar de
la mañana tan ajetreada que llevo… uf esto antes de las niñas no pasaba, pero
no me arrepiento de tenerlas, eso nunca.
-¡Clara o nos vamos ya o no llegamos para la hora de preparar
la parrilla!- me grita Ángel desde la entrada.
-Ya voy, estoy revisando que no me falte nada, tranquilo que
ya salgo. ¿El coche está cargado ya?
-Sí y las niñas atadas en sus sillitas.
-Vale, ¡en marcha!-Grito pegando saltos desde el pasillo de
entrada.
-Vamos cabra loca que no llegamos- me dijo con un brillo en
los ojos que confesaba que estaba alegre. Cuando termino de llegar al final del pasillo que daba a la
entrada Ángel ya estaba subido en el coche.
-Oye que el autobús no se valla sin mí. Carla, Marta decidle
a papá que no se valla hasta que me suba en el coche- ellas me dedican una sonrisa
que yo interpreto por cómplice.
-Si al final cuando lleguemos habrán comido y todo… ¡vamos
Clara!- intenta parecer enfado pero no lo consigue al ver mis muecas de
tristeza.
Y sin más demora me subo al coche tras darle a los tres un
beso de buen viaje. Este duraba aproximadamente media hora. Media hora en la
que estuve conversando con Ángel. Las niñas pasan todo el viaje durmiendo,
parecen pequeños angelitos sin sus alas ya que al ser tan pequeñitas todavía no
le han crecido.
-Clara, el babero- interrumpe mis pensamientos mi marido.
-¿Qué? Ah, no te preocupes, los he echado en la bolsita de
atrás- le contesto sonriente.
-No digo el de ellas, digo el tuyo. Que se te cae la baba y
nos manchas el coche mujer, que a ellas se lo paso todavía, pero tú ya tienes
una edad- dice riéndose.
-Oye que tú eres igual que yo o peor, así que no te pases-
acompañando a estas palabras le pego un pequeño puñetazo en el hombro.
-Vale, tienes razón.
Marta se encuentra bien, o eso es lo que nos dijo el doctor.
A veces se le ponen un poco morado los labios pero suponemos que no hay
peligro, fuimos al médico hace nada así que no tememos que le pueda pasar nada
hoy.
Llegamos a la casa de campo y lo primero que hacemos es
despertar a las niñas antes de saludar a nadie ni soltar nada, no queremos
dejarlas solas en el coche, dicen que estas preocupaciones son de primerizos
porque dejarlas un momento no pasa nada pero ni a Ángel ni a mí nos gustaba la
idea.
Las pobres se despiertan sin saber dónde están y empiezan a
llorar enseguida pero nos encargamos de tranquilizar cada uno a una de las
gemelas.
-Claro, me encanta coger a mi nietecita- dice cogiéndola en
brazos- ¡Francisco, sal y coge a Marta que tienen que descargar el coche!- le
dice a mi padre gritando que en este momento salía de la casa.
-Que estamos en el campo, pero eso no quiere decir que esté
sordo mujer. Hola Ángel, hola pequeña- sí, todavía me sigue llamando pequeña y
eso que ya tengo 30 años, pero no se lo recrimino.- Oh, ¡Martita que grande te
has puesto!, cuidado que ya mismo eres tan alta y grande como tu padre- dice
cogiéndola en brazos.
-Felicidades- dice Ángel dándole un beso a mi madre.
Mis padres entraron en la casa, con el resto de familia que
no hemos visto todavía, mientras nosotros nos disponemos a descargar el coche.
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